Era el Día de los Padres en el campamento y estábamos formados delante de nuestras banderas de equipo, de repente un sonido de gaita lo invadió todo y apareció todo el grupo de padres de Verín presidido por un gaiteiro, era mi abuelo.
Recuerdo la música desde muy pequeño: mi padre cuando llegaba a casa nos ponía discos de Glenn Miller y bandas sonoras en un tocadiscos monoaural, mi madre era capaz de entonar cualquier música. Me llevaban con el abuelo a escuchar las bandas, algo que siempre me ha emocionado. Debajo de mi casa, mi tío Alfonso tocaba con su hija Aurora el piano y los más pequeños, perplejos a veces hacíamos coro.
Con nueve años me llevaron a estudiar a Ourense y allí fui descubriendo que la música era cada vez más abierta e infinita. Iba ahorrando todas las semanas y me compraba vinilos alucinantes: todo un rito, los probabas con auriculares mientras leías su libreto interior.
Tengo un recuerdo muy importante dentro de mi vida musical: 1977 Sonaba una melodía dulce, nueva y a la vez extraña, le llamaban música electrónica. Así recuerdo cuando escuché Oxygene de Jean Michel Jarre por primera vez. Pronto compré el vinilo; aquellos sonidos no parecían de este mundo, pero a la vez estaban mezclados con ruidos de mar, piedras o viento. Ese fue el momento en que quise tener un sintetizador. El día que llegó mi primer sintetizador a casa, lo enchufé y sin tener ni idea de lo que estaba haciendo me pasé desde las siete de la tarde de un sábado a las nueve de la mañana del domingo….
Compongo música instrumental y me gusta mucho investigar en el ruido, he ido incorporando a mi estudio esos “cacharros” llenos de cables que parecen centralitas telefónicas: los sintetizadores modulares, todo un mundo mágico y alucinante que ha añadido música que hago un sonido más orgánico. No entendería el mundo sin música, me ayuda a recordar, es la banda sonora de mi vida.
Texto: Jorge Godás.
